Este es el nombre de uno de los últimos discos de Paco de Lucía. Con ese título tan corriente, así con “cositas” en diminutivo, mucha gente pensó que se trataban de obras menores, los retazos de un genio en el ocaso de su carrera. Nada más lejos de la realidad. Era otro discazo del guitarrista, que bien sabía que mola más lo bien hecho sin alardes. Me agarro a la metáfora flamenca para contaros algunas de esas cositas que hacen que la vida del amante del vino sea tan grata y perdurable en su afición.
Este año de recuperación de salones, de catas rigurosas, otras de carácter más lúdico y otras tantas con amigos. De los salones es difícil seleccionar entre tanta oferta. Llega un momento que las papilas y los sentidos en general se aletargan ante tantos vinos que se entremezclan en una especie de apoteosis del coupage, pero algo hemos aprendido. Las catas serias, como las que organiza la Unión Española de Catadores, son otro cantar. Menos referencias pero muy bien explicadas, contextualizadas y debatidas. Y el rollo copeo con amigos es tan impredecible como divertido.
Pero vamos al lío. La cosa más friki, y nada desdeñable, que he probado este año ha sido sin duda un vino blanco de resina (si, de resina maderera), que nos presentó Pepe Rodriguez de Vera, uno de los elaboradores más aventureros que conozco. El vino se llama “El Clavillo” como la finca de la que proceden estas verdejos segovianas, situada frente a un pinar. Pino más verdejo: un verdejo de resina. Con un par. Ojo, no es que el vino contenga resina, tan sólo un pequeño contacto para darle un matiz digamos, sutilmente resinoso. La cosa es que Pepe nunca había probado un vino de resina griego e imaginando lo que podía ser un vino de ese tipo se curró esta deliciosa frikada. Ya le han dicho los griegos que no tiene nada que ver con los vinos en que se inspiró… pero está muy bueno y es original. Bien por él. Como accésit hay que mencionar «La Trucha de Otoño 2017«, albariño con uvas en las que se ha desarrollado botrytis, el hongo mágico del vino que parece que lo va estropear pero que saca blancos memorables como los de Sauternes o los Tokajis. Un exotismo delicioso que demuestra además el potencial innovador de los vinos blancos.
Los de Yllera se han marcado un blanco fermentado en barrica que está muy bueno. «Meraldis» se llama. Reconozco que soy muy fan de estos blancos, pero también que es difícil toparse con muchos que hayan conseguido el equilibrio justo en ese tipo de crianza con variedades blancas. «Meraldis» lo ha conseguido y además con la maltratada verdejo, demostrando que se pueden hacer cosas chulas con esta variedad hegemónica en lineales y baretos de todo el país. Qué cómo lo hacen: prensado directo con raspón, crianza con borras durante 6 días y pasado a barrica para fermentar con levadura indígena en barricas de 500 litros. Si te has quedado igual, te lo resumo: está de narices. Equilibrado, aromático, gastronómico, y disfrutón también por copas.
Y todavía recuerdo mi celebración de cumpleaños con «Viña Tondonia blanco de 2009», ese prodigio de vino de guarda riojano. Una viura que mantiene una madurez tipo Sofía Loren, Lauren Bacall, Katharine Hepburn o Sean Connery, Paul Newman, según gustos. Un vino bello y equilibrado, que mantiene viveza sin renunciar a los toques de madurez que tanto nos gustan, sobre todo en los blancos. Esto no es un descubrimiento, sino más bien la confirmación de que tenemos uno de los blancos importantes del mundo al alcance de nuestra mano, más o menos, porque cada vez es más difícil cazarlos en las tiendas de vinos.
En tintos, tengo que destacar «Generación Merlot Selección 2015». Un vino hecho en Almería, por una bodega bastante interesante, Perfer, que se dió a conocer por ser pionera en hacer vinos azules, pero que me perdonen: su fuerte son los tintos. Tiene un «Tinto Perfer», hecho con Tempranillo y Merlot que está de narices a un precio irrisorio. Pero este «Generación Merlot Selección 2015» es la bomba. 24 meses en barrica con un equilibrio de orfebre. Sus aromas ricos y variados de nariz tienen reflejo amplificado en boca. Goloso, sedoso, equilibrado… De esos vinos que crean afición. Salivo solo de recordarlo. Mención especial para la Petit Verdot de la bodega Cortijo los Aguilares de Ronda, llamada «Tadeo»: una de las cosas más ricas que he probado este año.
Otro que le tenía muchas ganas era probar el proyecto de Julia Casado en mi querida Murcia. Y la cosa no defrauda, más bien todo lo contrario. «La del Terreno 2018». Monastrell de Bullas es uno de los vinos más originales y bien hechos que podéis encontrar por la zona. Una golosina natural hecha con mimo y mucho tino. Me pasa como con los vinos mayoritarios de verdejo, cuando encuentro monastreles así pienso, ¿por qué no predominarán estás, Baco mío?
Reconozco que este año he estado muy poco rosa, asi que no puedo contaros muchas cosas de estos vinos. Además de confirmar que el rosado de bodegas Carchelo está que te mueres, que el «Gurdos», hecho con Prieto Picudo, me sigue gustando mucho y que los de Hispano+Suizas están muy buenos, os recomiendo un clásico que podéis encontrar en cualquier lineal a precio de risa, pero que es un vinazo: «Sinfo Rosado» de Cigales. Por cierto, probé el Rosado fermentado en barrica de Sinfo, y para los amantes de los caramelos Solano de fresa y nata, este es su vino.
Jerez, ay mi Jerez. Casi todo lo que viene de allí, cosita fina. Este año Lustau tuvo su 125 aniversario y han sacado una barbaridad de vino, «Vintage Sherry Añada 1996″, que es de saltarsele a uno las lágrimas. También estuve en las Bodegas Tio Pepe, haciendo un tour en ese pequeño pueblo vinícola en el centro de Jerez, empapándome de suelos de albariza, de velo de flor, de botas centenarias en bodegas donde el milagro es posible. Todo rico, por destacar algo, ese oloroso «Alfonso», al alcance de cualquiera y que tan poco caso hacemos. Por cierto que Pepe Rodriguez de Vera, citado anteriormente, tiene ahí unos finos bien curiosos en su proyecto Sopla Poniente. Pero vamos que también le hemos dado a los Pérez Barquero, Tradición, Equipo Navazos, y otras maravillas gaditanas. No os olvidéis de ese movimiento que Santi Rivas ha bautizado como el “socairismo”: blancos gaditanos, tratados normativamente, con crianza oxidativa, pero con guiños a los finos y manzanillas. Salinos, afilados, menos alcohólicos y muy, muy ricos.
Acabo con este resumen de urgencia que se me está yendo de las manos por extensión, con la carta a los Reyes Magos, porque he penado mucho fuera de los circuitos especializados: “Majestades, en España somos muy buena gente (casi todes) y tenemos muy buen vino. Por eso te pedimos que nos dejes beber mejor. Preferiblemente qué nos traigáis panojita para hacer el winelover, pero que si eso no es posible, por favor, haced con vuestra magia que el 90% de bares y restaurantes cuiden un poco sus cartas de vinos, que parecen todas diseñadas por el sommelier de Mordor: más referencias, minimizar la tiranía de la triple “R” (rueda, rioja, ribera), mejor conservación de las botellas, extinguir el pago de más de veinte euros por botellas que el super cuestan tres, y en definitiva, un poco de consideración con el cliente que pide vino. Ya sé que es mucho pedir, pero me temo que este cambio tiene que venir por vía divina, así que recurro a vuestra magia”.
Un abrazo y feliz 2023.